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El corazón de la zona manzanera de Washington es el Valle de Wenatchee, donde los ríos caudalosos producen fruta crujiente y nutritiva. Si eres como yo, la mayoría de los días sientes la necesidad de un snack a eso de las tres de la tarde. Estoy aprendiendo a comer una manzana en vez de una galleta, porque las manzanas son principalmente agua, sólo tienen unas 100 calorías y, aunque son dulces, no contienen sodio ni colesterol. Aumentan el nivel de azúcar en sangre más lentamente que otros snacks y nos llevan directamente a la mesa sin necesidad de nada más. Gracias a los esfuerzos de unos buenos padres, la mayoría de nosotros sabemos que la fruta es mejor para nuestro organismo que los alimentos procesados, y que el ejercicio regular es vital tanto para nuestra salud física como mental. Pero, ¿dónde encontramos el poder de cambiar nuestros hábitos, el poder de elegir prácticas que nos den vida?

Al considerar el papel de nuestro Ayudador, el Espíritu Santo, debemos enfrentarnos a una suposición profundamente arraigada pero errónea. ¿Cuántas veces la has oído? ¿Cuántas veces nos lo hemos dicho a nosotros mismos? «La gente nunca cambia de verdad». Esta suposición nos suena a verdad porque el cambio es difícil, gradual y no está exento de incomodidad, incluso de algunos dolores de crecimiento. Aun así, el cambio es posible, sobre todo si contamos con ayuda y, según Jesús, el Espíritu Santo es nuestro ayudante. ¿Cómo nos ayuda el Espíritu Santo a cambiar? ¿Qué aspecto tiene la ayuda del Espíritu Santo en los cuerpos y las comunidades humanas? Yo sugeriría que se parece algo a los manzanos del valle de Wenatchee, en el estado de Washington, si miramos de cerca y mantenemos la mirada.

Aunque pueden darse estirones de crecimiento, la mayoría de los cambios son graduales y orgánicos, lo que significa que el mayor beneficio proviene de lo que el Ayudador usa como punto de partida y de lo que provee constantemente en un entorno que fomenta el crecimiento. En lo que respecta a las manzanas, conviene empezar con variedades resistentes a las enfermedades, como Heirloom o Antique. Estas manzanas han existido durante mucho tiempo y han desarrollado defensas contra enfermedades y plagas comunes. El Ayudador inicia el cambio en los seres humanos plantando una semilla de vida que no viene de nosotros, es la semilla de Dios, el ADN de Dios, creciendo en y entre nosotros. Esta chispa, este deseo de vida eterna en nosotros no viene de nosotros. Los cristianos «que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.» (Jn 1,13). Como Jesús explicó a Nicodemo, «lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es» (3:6). El crecimiento espiritual comienza con el ADN de Dios, la semilla del Espíritu Santo. Pero esto no vale sólo para nosotros, sino también para el huerto, que nos lleva a la ayuda continua del Espíritu para nuestro crecimiento.

No solo deben los cultivadores de manzanas empezar con buena semilla que produzca buenas manzanas; también tienen que cultivar un huerto con polinización. Quienes cuidan los huertos saben que la presencia e interacción orgánica de manzanos silvestres (crabapple) y otras variedades es vital para un crecimiento sano y una cosecha productiva. Del mismo modo, nuestro Ayudador, el Espíritu Santo, no nos salva solos, ni nos deja solos, sino que nos pone en huertos de polinización, las iglesias locales. CComo Pablo ilustró a los cristianos de Corinto: “Porque así como el cuerpo es uno y, sin embargo, tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también Cristo. Pues por un solo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu” (1 Corintios 12:12-13 NBLA). Los cristianos que viven en Estados Unidos tienden a pensar en el crecimiento espiritual como un programa individual de superación personal, una actuación en solitario. Pero la energía y los recursos para el cambio provienen de formar parte de un conjunto, de ser un árbol en un huerto o en un bosque. Quienes estudian los bosques han descubierto que cada árbol está conectado a una red orgánica de intercambio. Del mismo modo, los que han recibido el Espíritu comparten los dones del Espíritu, polinizándose, animándose, infundiéndose mutuamente gracia con nutrientes para el crecimiento y poder para el cambio. No solo tenemos un Ayudador en el Espíritu Santo, a quien pedimos en oración y cuya voz oímos hablar a través de las Escrituras, sino que experimentamos la presencia del Espíritu a través de los dones y frutos del Espíritu expresados en cada miembro del Cuerpo de Cristo. Esta es una lección difícil para muchos de nosotros, pero no tenemos todo lo que necesitamos como individuos para cambiar a mejor por nuestra cuenta. Si bien podemos degradarnos por la inactividad o la desnutrición, no podemos crecer sin la polinización que proviene de otros árboles del huerto. Los árboles de diferentes variedades tienen nutrientes que nosotros mismos no poseemos. Crecemos al estar plantados cerca de ellos e interactuando con ellos en el huerto de la Iglesia.

Así como no existe una iglesia perfecta, tampoco existe un huerto de manzanos perfecto. Los mismos árboles deben ser podados y sacudidos. Al principio de la vida de los manzanos, los cuidadores del huerto quitan las flores de los árboles para fomentar el crecimiento del propio árbol antes de que comience a dar fruto. A lo largo de la vida del árbol, los cultivadores vigilan las hojas y los frutos en busca de señales de enfermedad o plagas. Se podan hojas, frutos e incluso ramas para proteger la salud general del árbol y estimular un nuevo crecimiento sano. Jesús nos dijo que la función del Ayudador era recordarnos todo lo que Él nos ha dicho: “Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8 NBLA). Con el filo cortante de la Palabra de Dios, el Espíritu atraviesa nuestra conciencia, “discern[iendo] los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12 NBLA), para revelar el pecado y suscitar el arrepentimiento (véase Heb 4:12-16). Si escuchamos la voz del Espíritu, que habla por medio de las Escrituras y de la exhortación de un hermano o hermana en Cristo, y confesamos nuestros pecados, “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9 NBLA). La poda no consiste solo en quitar hojas y ramas—los malos hábitos y patrones pecaminosos que estancan nuestro crecimiento—; también se trata de cómo el Ayudador nos ayuda a sustituirlos por buenos hábitos y patrones que dan vida. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5 NBLA). El hambre es real, pero tú y yo debemos tomar una manzana, no una galleta. El dolor psíquico es real, pero tú y yo necesitamos compañía verdadera y conversación que dé vida con un amigo o consejero lleno del Espíritu, no una bebida ni una droga.

Aun así, hay ocasiones en que el Ayudador nos sacude con pruebas y aflicciones externas. Cuando los escarabajos japoneses descienden sobre un huerto, el cuidador sale de noche a sacudir los árboles. Los escarabajos japoneses son dormilones empedernidos y la manera más eficaz de enfrentarlos es rociar las hojas con agua jabonosa durante el día, luego llevar una lona por la noche, colocarla bajo el árbol y sacudirlo. Los escarabajos caen sobre la lona y se pueden recoger y poner en el agua jabonosa para que se ahoguen. El apóstol Santiago nos dice: “Tengan por sumo gozo, hermanos míos, el que se encuentren en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia. Y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte” (Santiago 1:2-4 NBLA). Tanto aquí, en la carta de Santiago, como en la carta de Pablo a los cristianos de Roma, donde afirma que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5 NBLA), los apóstoles señalan que Dios, en Su bondad y poder, usa el sufrimiento, aun cuando surja del mal, para nuestro bien. El sufrimiento también puede provenir de hacer lo correcto. Cuando elegimos poner la mente en lo que el Espíritu desea, en lugar de los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, cuando decidimos hacer morir un hábito de nuestra vieja forma de vida-muerte y sustituirlo por un hábito de vida eterna, sufrimos dolor. Pero este dolor, como el intenso dolor del parto, es generativo y produce gran gozo. En suma, gracias al Espíritu Santo tenemos el ADN de Dios, la semilla de la vida eterna. Gracias al Espíritu Santo formamos parte de un huerto de árboles vivos, dotados y fructíferos que se polinizan mutuamente para la vida. Gracias al Espíritu Santo, el dolor y el sufrimiento que provienen de la poda del Espíritu resultan en un crecimiento nuevo y más productivo. Gracias al Espíritu Santo, podemos comer del árbol de la vida. Finalmente, la próxima vez que leas Génesis 3 sobre el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, observa que Moisés nunca dijo que fuera una manzana.